lunes, 5 de septiembre de 2016

Reseña de libro: "De Macondo a Mancuso"

Un grupo de estudio conformado por psicólogos de la UdeA, se viene reuniendo para afianzar el conocimiento mediante discusiones de lecturas con una mirada que da la profesión del psicólogo. Hoy dicho grupo conformado por Rogence Veloza, Marinella Martinez Bejarano, Marcela Noreña y Camilo Giraldo, comparten esta reseña del libro "De Macondo a Mancuso" de Edgar Barrero Cuellar, que constituye un análisis desde la psicología social a lo que es y ha sido el conflicto armado en Colombia.




BARRERO, Edgar. De Macondo a Mancuso: Conflicto, violencia política y guerra psicológica en Colombia. Ediciones Cátedra Libre y Fundación América Nuestra. Abril de 2008.

De Macondo a Mancuso es una aproximación histórica y científica desde la psicología social, a la comprensión del fenómeno del conflicto armado y sus derivaciones o consecuencias en Colombia, representado en ficción-realidad propuesta por la obra del nobel de literatura García Márquez.

Escrita por el psicólogo social y magister en psicología Edgar Barrero Cuéllar, nacido en Bogotá en 1967. Director de la corporación Cátedra Libre Ignacio Martín-Baró desde 1998, se ha desempeñado como catedrático de las universidades Nacional de Colombia, Manuela Beltrán e Incca, además de servir como consultor en violencia política, violencia familiar y maltrato infantil.

De entrada, nos recibe un título en sumo ingenioso: “De Macondo a Mancuso”. Ingenioso en tanto incluye un sinnúmero de representaciones literarias, históricas y emocionales, todas sentidas en alguna medida por los colombianos; como diría Aristóteles, es más que la suma de las partes. Es un título sugestivo y con un objetivo simple: plasmar lo fantasioso (o bien podría decirse irracional) que ha resultado en resumidas cuentas el prolongado conflicto armado colombiano, el cual se constituye de cualquier cantidad de sucesos bien representados en aquel pueblo ‘utópico’ que hubiere ideado el nobel de literatura Gabriel García Márquez al que bautizó Macondo. Asimismo, se establece la migración del tópico de Macondo hacia la realidad de Mancuso, reconocido líder paramilitar cuyo accionar no se limitó a las selvas o poblados aislados del país, sino que incursionó incluso en las más altas esferas políticas como lo es el congreso. Tal relación se hace posible en la medida que el accionar bélico-político de este sujeto finaliza en el año 2005, un año antes de la emisión de la primera edición de este texto, y extraditado en el 2008, coincidiendo con la segunda edición.

En este ejemplar se presentan dos prólogos, uno a la primera y otro a la segunda edición, escritos por Gustavo Adolfo Quesada Vanegas y Luis Mario Araujo Becerra respectivamente, de estos bien podría decirse que se abstraen argumentos suficientes para considerarse obras independientes, abren el camino para la comprensión y contextualización de lo que se desarrollará en las líneas que componen las páginas de este libro: conflicto, violencia política y, principalmente, la guerra psicológica. Ejemplo de ello es la rememoración de lo que fue el asesinato de José Antonio Galán, cuya sentencia dictada el 30 de enero de 1782 incluye, entre otras cosas, la distribución de las partes de su cuerpo descuartizado en las plazas de distintas poblaciones, principalmente en aquellas donde tenía mayor injerencia los ideales independentistas, con el único fin de causar pavor y miedo entre aquellos pobladores que no tendrían más opción que renunciar a sus ideales para preservar sus vidas; en síntesis, guerra psicológica. 

Ambos prólogos están ampliamente dotados de contenido histórico que sustenta las posteriores consideraciones sobre el tema de la violencia en Colombia, abarcan sucesos de orden político y social en tiempos de la conquista, hasta el periodo más reciente de escalonamiento del conflicto armado, a raíz de los asesinatos selectivos de candidatos como Gaitán, Jaime Pardo, Carlos Pizarro, entre otros, presuntamente perpetrados por armas al servicio del Estado.

El planteamiento inicia aclarando la relación Macondo-Mancuso, la cual, como se ha expresado anteriormente, radica en la similitud entre los hechos sociopolíticos que se presentaban en Macondo, con los atestiguados por los colombianos a lo largo de poco más de dos siglos de conflicto. Eventos como la masacre de la bananera, en Cien años de soledad, plasman de manera magistral la realidad que padece la sociedad colombiana, guarda estrecha similitud con acontecimientos vividos en la dolorosa realidad en sucesos como la masacre del salado, cacarica, san José de Apartadó, entre otros.

Sin embargo, la relación no se restringe a la presencia sola de tales hechos, sino que involucra también su intencionalidad y todos los mecanismos políticos que la agravan. En primer lugar, cuando se habla de intencionalidad se toma en cuenta la necesidad imperante por parte de quien procura ejercer el poder por medios violentos, de infringir temor con el fin de destruir los lazos que cohesionan la malla social, y que representa la ventaja única que tiene la masa frente al individuo con conductas que se encuentran por fuera de las normas establecidas; en resumidas cuentas, divide y separa a los individuos, afianzando su vulnerabilidad. Por otro lado, están los mecanismos políticos que tiene incidencia en tales actos ya sea por acción u omisión, incluyendo aquí la manipulación de la verdad, la instauración de creencias en las poblaciones, imposición de ideales, entre otros.

Se prosigue con la descripción de lo que es el conflicto político, entendiendo de entrada que el conflicto es un fenómeno inherente a la especie humana en tanto existen tantas formas de concebir la realidad, como personas en el mundo, cada cabeza es un universo. Por ello no es preciso renunciar, negar o reprimir la noción de conflicto en la medida que esta tiene la facultad de construir, mediante la conjugación de diversos criterios, conceptos que procuren el bienestar de todos los miembros de la comunidad.

En su planteamiento sobre el conflicto político, Barrero esboza tres componentes que la propician. Primeramente, la presencia innegable de tensiones permanentes como resultado de la defensa de ciertos criterios, sumado a ello se encuentra el sesgo de las pretensiones de verdad en relación a la forma que se debería organizar el orden social (capitalismo,  socialismo, comunismo, etc.) y finalmente las frecuentes luchas por el poder. Estas últimas han dejado evidentes secuelas por el afán de sostener el statu quo, haciendo alusión a la maquiavélica frase el fin justifica los medios. Aquí encontramos gran participación del Estado como actor violento.

Barrero insiste en que puede existir conflicto social moderado, distinto al conflicto pleno de aniquilación, generalmente en el contexto histórico colombiano, el primero ha tendido a degenerar en luchas partidistas mediadas por la violencia plena.

Seguidamente se plantea lo relativo a la violencia política, describiendo inicialmente esta como el exceso de la fuerza que saca de su estado natural al sujeto que la padece. En este orden de ideas la violencia se constituye como instrumento y como fin. Instrumento en tanto que vehiculiza un mensaje para las personas, quienes ante la presencia de esta no tienen opción distinta a ser subyugados por el opresor; y como fin al ser resultado de la mezcla de factores antecedidos por el conflicto político.

Resulta interesante el planteamiento de que quien detenta el poder se ve autorizado para el uso de la violencia, tal situación en la geografía colombiana tiene determinadas dificultades pues son diversas agremiaciones quienes ostentan el poder en distintas zonas del país, en algunas el Estado, en otras, grupos al margen de la ley. Menciona además que cuando la violencia proviene particularmente del Estado, este lo verá como herramienta de poder, no obstante, para las victimas esto simplemente será violencia del Estado, de esta forma tácita será percibido.

Un agravante a la violencia ejercida por el Estado, son los movimientos armados que en Colombia inician con los chulavitas, apariciones pueriles de lo que luego conoceríamos como estructuras paramilitares y que secundaban intenciones de quienes ejercían el poder público. Estas se caracterizan principalmente por las ejecuciones extrajudiciales, homicidios selectivos, juicios deliberados y la impartición de terror entre los pobladores.

Este terror generado en los pobladores obedece al tercer tópico desarrollado por Barrero: la guerra psicológica. En este campo nos encontramos ante un dominio y control absoluto de la subjetividad de las personas, esto sustentando y promovido, además de los actos abiertamente violentos, por la violencia simbólica a manos de los medios masivos de comunicación. Ejemplo de ello tenemos en el hecho de que la radio fue el mecanismo utilizado para movilizar las masas en el tristemente célebre “bogotazo”, o la presencia de emisoras adscritas legalmente a la fuerza pública, e ilegalmente a grupos subversivos como las FARC. El autor hace un interesante análisis entre la llegada de la radio a Colombia y, aproximadamente 40 años después, el escalonamiento de la violencia y los homicidios. Todo lo anterior se ve acrecentado por variedad de medios de difusión de información que actualmente componen nuestra cotidianidad.

Se destaca la concepción de la guerra psicológica como una forma elaborada de violencia política, donde se alteran los imaginarios y la cosmovisión de los ciudadanos según la voluntad de quien ostenta el poder. De este modo se instaura, por ejemplo, la “ambivalencia deseante”, que no es otra cosa distinta a la realidad de un pueblo que anhela la paz, pero apoya la guerra como mecanismo para conseguirla. Todo ello es posible teniendo como condición que esa guerra no suponga un riesgo para la integridad de quien promueve la guerra como solución. Esto es resultado de lo que Barrero denomina Montajes Pulsionales, donde se mantiene a la población preocupada y sugestionada, y a la vez entretenida.

Dichos montajes pulsionales buscan esencialmente ocultar o desviar la atención de esos aspectos generadores de malestar social o, en síntesis, de la rabia que pueden llegar a desarrollar los ciudadanos, mediante el uso de expresiones políticamente correctas y que vayan en beneficio de quien domina el medio de comunicación o el territorio. De este modo se presenta una realidad distorsionada, mediada por la dicotomía primitiva del todo o nada, blanco o negro, no se admiten matices; de una manera más acotada a nuestro contexto, se establecen los lados: patriotas y traidores.

Cuando se habla de la rabia, es importante plasmar la aclaración de que no se hace referencia a una reacción automática ante la miseria y el sufrimiento, sino la que se presenta cuando se sospecha que podrían modificarse las situaciones, pero por causa de la injusticia esto no sucede y no queda más que la resignación y el padecimiento.

La repetición frecuente y sistemática de actos de injusticia, donde prima la distorsión y el ocultamiento de la verdad, la eliminación del compatriota que piensa distinto y cuyo discurso no se tolera, la aplicación desmedida de los mecanismos represivos, llevan a aquello que nombra Barrero como la aceptación pasiva de la realidad, o en palabras de Seligman “indefensión aprendida”. De este modo se experimenta un fenómeno un tanto irracional que consiste en la sensación de culpa de la víctima por aquello que le sucede, con frases como ‘si lo mataron fue porque algo debía’, ‘quien lo manda a meterse por allá’, etc. El resultado de todo ello es básicamente la desarticulación de la diada sujeto-comunidad.

La necesidad imperante del ejercicio ético de la psicología en la superación de la violencia política y la guerra psicológica en Colombia, radica en la apelación por la revelación de la verdad y el correcto ejercicio político para con el pueblo, mediante la modificación paulatina de la cosmovisión de los habitantes frente a la realidad de lo que representa el conflicto y las maneras en que este puede, en lugar de perturbar el desarrollo, promover mejores condiciones de vida para todas las personas, mediante la conjugación de los diversos discursos. 

Uno de los prólogos presentes en esa edición sentencia que este libro es “un texto esclarecedor y obligatorio para pensar al país”, con lo cual estamos de acuerdo.

Escribió: Camilo Steven Giraldo.

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